Evidentemente tener un familiar enfermo es algo que provoca tensión, angustia y estrés en los familiares que se encargan de su cuidado. En el caso de que la enfermedad sea un cáncer, aún se hacen más intensos los miedos.
Empezamos por los cambios que experimenta la persona, debemos tener en cuenta que se trata de una reacción normal ante una circunstancia excepcional. En una gran cantidad de personas los mecanismos normales de protección psicológicos se bloquean. El sentido del tiempo se paraliza e incluso cambia la percepción de la realidad. Son muchas las personas que descubren sentimientos desconocidos, y ven lo que les rodea de forma distinta: aprecian la belleza de objetos a los que nunca preaban atención, cambian la percepción de los colores, etc.
Todos estos cambios son debidos según el psicólogo Keith Campbell al “ego shock”, además una de sus consecuencias es el cambio en los valores vitales de la persona, que en muchas ocasiones ante la cercanía de la muerte, se produce una revolución cognitiva que altera nuestras prioridades vitales.
Una enfermera australiana, que trabajó con enfermos terminales, afirma que la mayoría de los pacientes se arrepentían de lo que no habían hecho. Las personas que se enfrentan a la muerte, sentían que habían dejado de lado amigos y actividades que ahora , en los últimos días, les parecían decisivos.
Es normal que su estado de ánimo sufra un profundo vaivén, aparece la negación, la ira, la depresión, la negación y por último la aceptación, en la que gradualmente recupere el sosiego y encuentre un sentido a lo que le está ocurriendo.
Todos esto son teorías, pero lo importante es desarrollar nuestra escucha activa, para entender cómo está la persona en cada momento y cuáles son sus necesidades. Debemos recordar que las necesidades del enfermo son más importantes que las nuestras.
Fuente: blogs.elconfidencial.com