El éxito de una empresa no viene determinado por el capital o los recursos disponibles —aunque, lógicamente, resultan imprescindibles en cualquier sector—, sino por la adopción de buenas prácticas. La capacidad de adaptación de dicho negocio será fundamental para lograr los objetivos establecidos mediante las estrategias determinadas.
Con buenas prácticas empresariales nos referimos a cualquier acción que produce, en un determinado periodo de tiempo, una mejora en un producto, servicio o situación. Muy ligado al concepto de Responsabilidad Social Corporativa, es crucial, como directivos o gerentes, comprometernos con el entorno que nos rodea: proveedores, trabajadores, comunidad local en la que se desenvuelve el trabajo, medio ambiente…; o, lo que es lo mismo: el enfoque stakeholder, del que hablaremos en próximas entradas. Sin embargo, queremos centrarnos en esta ocasión en la parte externa.
Todas estas acciones conllevarán a una serie de beneficios internos. Es posible que hayas oído hablar de ellas y que, posiblemente prediques practicarlas. Sin embargo, piensa por un segundo: ¿lo haces? La primera buena práctica que deberías tener en cuenta es la sinceridad; sinceridad con el entorno y sinceridad contigo mismo.
- Satisfacción plena ante cada servicio ofrecido, por ambas partes.
- I+D+i: investigación, desarrollo e innovación.
- Nunca dejar de lado la transparencia.
- Calidad, siempre en buena relación con el precio.
- Explorar nuevos modelos de negocio, producción…, en busca de la mejora.
- Resolución de cualquier incidencia.
- Invertir en marketing y comunicación.
- Diálogo continuo con clientes y potenciales clientes.
- Atención al cliente durante todo el proceso de compra.
- Desarrollo de la comunidad local.
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