La preocupación y el cuidado por la piel ha aumentado en los últimos años, no solo a nivel estético, sino también de salud. Todo ello ha ido produciendo algunos cambios en conceptos arraigados en nuestra sociedad, como es el caso de la cosmética.
La cosmética
Según el libro «La Dermocosmética, una convicción», el término cosmético procede del griego kosmeticos, es decir, «arte del adorno». La cosmética es una disciplina perteneciente a las ciencias de la salud ya utilizada en la antigüedad. Los pueblos primitivos ya se hacían eco de estas prácticas, a los que atribuían poderes mágicos o religiosos, como es el caso de China o India, o a la medicina, en Egipto. Griegos y romanos, por supuesto, fueron partícipes de estos beneficios. Un arte milenario cuyo objetivo pasaba por preservar y embellecer el rostro.
Actualmente, podríamos hablar más del «arte del adorno para la belleza de la piel» y se basa en la aplicación de productos —naturales o químicos— en diferentes partes del cuerpo con el objetivo de mejorar la belleza y cuidar la higiene.
La dermocosmética
Por otra parte, tenemos la dermocosmética, un término acuñado, según expertos, por el laboratorio Pierre Fabre.
Al concepto «cosmético» se añade el prefijo «dermo», es decir, aquel que hace referencia, en griego, a la piel. Aunque tiene un objetivo también estético, esta disciplina va más allá, con una combinación entre los productos cosméticos y los tratamientos dermatológicos más adecuados a cada tipo de piel.
Se trata, por tanto, de buscar soluciones permanentes y personalizadas según cada usuario, tratando de resolver afecciones de la piel, como el acné o las manchas, entre otros.
La salud y la belleza de la mano, con unos productos compuestos por principios activos y procedimientos mínimamente invasivos con respaldo clínico detrás gracias a numerosas investigaciones y estudios.
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