Servicios funerarios: El origen de los entierros a dos metros bajo tierra

Servicios funerarios: El origen de los entierros a dos metros bajo tierra

Inglaterra, 1665. La peste camina lenta, pero segura por las calles de la nación. A su paso, miles de enfermos que, menos de un mes después, exhalaban el último suspiro.

Los médicos y las autoridades competentes no lograban atender a todos los afectados. En los cementerios, las tumbas se abrían y cerraban a un ritmo incesante. Sobre el cuerpo inerte, varios cadáveres iban entrando en distintas tandas al mismo reducido espacio.

La creencia de que la causa principal de la propagación de la mortal visitante residía en los difuntos circulaba de boca a boca —además de la mala nutrición, la miseria y la suciedad—. A los limitados métodos de sepultura ya mencionados, se unía la escasa profundidad de las tumbas de las parroquias locales, así como los cuerpos sin vida que albergaban las vías de circulación.

Es entonces cuando se toma una medida que daría lugar a innumerables leyendas: la obligación de enterrar a los muertos a un mínimo de dos metros bajo tierra. ¿Impedimento para el brote de nuevas enfermedades o una medida desesperada por parte de los familiares para evitar el robo de sus difuntos para realizar estudios?

Se estima que fueron cerca de 100.000 los fallecidos en Inglaterra en la época por esta epidemia, una quinta parte de la población de Londres.

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